Aventura en las islas Palomino: Danzando con lobos



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Los meses de verano significan para muchos la posibilidad de realizar actividades al  aire libre y en familia. Aproveche un fin de semana y aventúrese a explorar las costas de Lima de una manera bastante inusual: nadando con lobos marinos.

Qué mejor que pasar un sábado de verano frente al mar, o mejor dicho, en el mar. Por ello en Terra nos preguntamos cómo sería pasar una tarde nadando con los lobos marinos que habitan tan cerca de la ciudad y a la vez tan lejos: las islas Palomino.



Este ecosistema, libre de la nociva mano humana, es hogar de casi 8 mil lobos marinos que en ellas habitan. Es el lugar donde estos curiosos mamíferos de aguas frías viven y se reproducen a escasas 6 millas del primer puerto.

La cita para emprender la aventura inició en el muelle de la Plaza Grau en el corazón del Callao, a las 2.30 pm, cortesía de la empresa Ecocruceros. El clima, pese a encontrarnos en medio del verano, se asemejaba más a una tarde otoñal, sin embargo, ello no era pretexto para desaprovechar una gran oportunidad de intentar algo que, valgan verdades, no se da todos los días.

El abordaje se realiza sin mayor percance, salvo un par de acrobacias necesarias para subir a la lancha que nos transportará del muelle hacia el yate que llevará nuestra humanidad hacia el destino final de la travesía: las Islas Palomino.



Iniciando la aventura

Chaleco salvavidas encima, los motores del acogedor yate empiezan a rugir.

Jesús Gallegos, uno de los guías que nos acompañan en la travesía explica que nos encontramos frente a la isla San Lorenzo, la masa de tierra más grande presente en las costas peruanas. Así mismo nos muestra, a la distancia, la casa de playa presidencial, aquella a la que únicamente el presidente de turno y su familia tiene acceso.

La base naval erigida en el lugar le da un carácter más bien restringido a una isla donde los piratas Francis Drake y Jacob Clerk, siglos atrás, prepararon sus asedios al puerto del Callao. Inclusive este último, se encuentra enterrado en algún lugar de la isla producto de la disentería.

Algunas millas al sur se encuentra  la isla El Frontón, célebre por haber albergado una de las prisiones más infames de nuestra historia así como por la estela de muertos dejada luego del motín registrado en 1986. Los guías nos dicen que la entrada para los civiles está prohibida

Es necesario bordear el Frontón para emprender, si se quiere, la segunda parte del recorrido que finalmente nos llevará a la colonia de lobos marinos más importante de la costa central del Perú. Llama la atención cómo la fauna y el clima viene cambiando. Los vientos provenientes del oeste generan un descenso general de la temperatura. Los primeros cormoranes empiezan a aletear sobre nuestras cabezas así como los piqueros, patillos y pelícanos.

Sin embargo, lo que más llama la atención es la masiva presencia de medusas, mejor conocidas como malaguas por estos lares. Empiezan de una, dos, tres, hasta llegar a los cientos, inclusive miles. Y las hay de todos los tamaños y colores.

El arribo a las islas Palomino no podría ser más auspicioso. Somos recibidos por un concierto de aullidos y gruñidos un poco curiosos. Los lobos, apostados en las sinuosas rocas, retozan, duermen o simplemente resbalan al compás de su andar torpe cuando están en tierra firme. Cabe señalar que el olor ahí presente no es el mejor, precisamente.

Los hay de todos los tamaños y colores: los machos dominantes que pueden llegar a pesar hasta 300 kg con sus grande bigotes; las hembras, que llegan hasta los 150 kg, son mucho más abundantes y, claro está, las crías de lobos marinos, que aportan la cuota de ternura a la aventura.

Tiempo de iniciar el descenso

Dada la inusual presencia de malaguas, es necesario encontrar un lugar apropiado para la inmersión. Le pregunto a Juan, el guía, si no es necesario realizar el descenso con un traje de neopreno dado el frio. Con una sonrisa casi burlesca –la cual posteriormente entendí- me respondió que no, que las aguas a estas latitudes son inclusive más cálidas que en la orilla. Dicho esto me enfundé en un salvavidas azul y seguí a Jafet Carballido, otro de los guías, a la inmersión. Cual gran nadador elegí ser el primero en lanzarse. Elegí, por razones que hasta ahora desconozco, lanzarme inmediatamente después del instructor. La sensación, desde el momento en que ingresa la primera pulgada del cuerpo al mar es sobrecogedora: un shock de frio ciertamente inesperado y algo difícil de tolerar.

Uno a uno los valientes fueron lanzándose al mar siguiendo el mismo procedimiento: el contacto con el mar y los gritos desaforados salvo por un cubano-americano que pese a estar acostumbrado al calor del sur de la Florida, las aguas le parecían “agradables”.

El acercamiento a la colonia de lobos marinos debe realizarse con cautela por un gran motivo: la cercanía de las rocas y la fuerza de las corrientes marinas. La presencia de los curiosos animales puede sobrecoger a algunas personas dado el tamaño y los imponentes colmillos con los que van equipados.

Sin embargo ello puede ser engañoso ya que según indica Jafet, nuestro guía, el comportamiento de los lobos marinos se asemeja más bien al de los perros; solo curiosean por ahí y únicamente son territoriales en tierra firme. El mar es el patio de juegos donde todos son libres de nadar, humanos incluidos.

Pasados unos minutos el frio empezó a dejar de ser un problema y se volvió tolerable a la par que el espectáculo de interactuar con un ecosistema tan vivo y puro se volvía interesante.

Lobos marinos por doquier asomándose curiosos frente a los visitantes mientras otros más osados se atrevían a tocar con sus hocicos las puntas de nuestros pies mientras las corrientes marinas ponían la cuota de diversión, al menos para los amantes de mar.

Tanto Jesús como Jafet -cosa curiosa, ambos nombre bíblicos- llevan más de 7 años como guías turísticos. Podría decirse incluso que ambos son lobos marinos. El agua helada les parece cálida y no necesitan salvavidas. “Tanto tiempo haciendo esto que tenemos la piel como la de los lobos” bromea Jafet.

La visita terminó luego de casi 25 minutos sumergidos en las aguas frías. Uno a uno los cerca de 12 valientes empezaron a escalar hacia el yate a envolverse en toallas y cualquier cosa que generadora de calor. Un tazón de pop corn, gaseosa y snacks, cortesía de los muchachos de Ecocruceros, fue más que suficiente para reponer energías y emprender el retorno a tierra firme.

Cabe señalar que durante el trayecto de regreso, que bordea la zona oeste de la isla San Lorenzo, es posible apreciar una importante colonia de pingüinos Humboldt que habitan la zona desde tiempos inmemorables.

Un retorno inolvidable bajo el atardecer del cielo limeño y el juego de colores que solo estando frente al mar es posible apreciar. Una travesía absolutamente recomendable.



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